7 de septiembre de 2009

Bibliográficas (Andrés Fidalgo)

La que ahora comentaremos es obra extra-ordinaria. Durante la convalescencia que siguió a su lectura, registramos una serie de notas y cálculos (biliares), que pasamos a expedir.

El libro consta, fundamentalmente, de dos partes:

La primera, una hermosa tapa de cuerina, seguida de portadilla, portada y constancia de inscripción en cierto de propiedad intelectual; detalle este último que motivó ya el pedido de editores piratas para que se otorgue al autor el premio nacional de humorismo.

La segunda, contiene índice y colofón (que no debe ser confundido con el calefón mencionado en el tango Cambalache), para terminar con un impoluto pie de imprenta suscripto por el eminente doctor Scholl.

Entre ambas partes fluctúa una gelatina de quinientas páginas, en la cual se mueven nimiedades o circulan intrascendencias, disimuladas bajo títulos tan sutiles como: Angustias metafísicas después de almorzar; Yo y otras cosas de menor importancia; El ser del poeta y el no ser de los demás; Mi experiencia ultrasensible con un cable de cien voltios.

Es evidente que el autor desconoce a la perfección varios idiomas; pero con lúgubre modestia, escogió el castellano para no intimidar a quienes apenas lo balbuceamos. En este sentido, ha logrado su propósito: bien que nos cuidaremos en lo sucesivo, de ascender a cualquier diccionario que vaya en esa dirección.

Merece destacarse la armoniosa incoherencia que rige a esta obra. Mi problemático talento hace que deje librado su estudio a la rapacidad (1) de lectores más inteligentes.

Sin embargo, no todo es prosa: veleidades de diagramación han impuesto al tartamudeo de dulces sonetos, frescas liras, sabrosas endechas y similares productos gastronómicos.

Ciertas lagunas en el texto actúan tan eficazmente, que no sólo aportan dilatadas incoherencias, sino también algunas mojarritas.

Recordemos que el autor había colaborado asiduamente (ácidamente) en la página de atrás –al fondo, a la derecha- del papel literario Curri / culum que, bueno es aclararlo, no viene en rollos.

Alguien, rumiando deudas rencorosas contra el escriba, le infirió veintisiete profundas imputaciones de plagio. Nada más falso: lo condenable es la imitación servil de obra valiosa; y aquí no se imita, se copia con franqueza. Tampoco hay modelo valioso, sino producto de ínfima calidad que no puede ser ya desmerecido ni por el más brillante discípulo.

El volumen que analizamos provocó escasa impresión en los Talleres Gráficos Gutenberg: apenas mil ejemplares. Curiosamente, el tiraje fue superior, según lo comprobaron al otro día los basureros del sector. Mide 13 x 19,5 centímetros y pesa medio kilo. Poquísimo, en comparación con lo que le pesará después a quienes lo hubiesen adquirido.

Como candidato al Nobel este objeto, cosa o adminículo, no funcionó; pero como solicitud para promover brindis, resultó sumamente eficaz. ¡Salud, entonces!

(1) Ojo, dactilógrafo: “capacidad” con erre inicial.


Andrés Fidalgo: ¡Sonría por favor!
Fue un excelente escritor argentino, nacido en Buenos Aires, el 7 de marzo de 1919. Pero también fue abogado defensor de presos políticos y de familiares de detenidos desaparecidos en la provincia de Jujuy. Lamentablemente falleció hace un año.





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